Texto: María Nieto

Soleá sube al escenario del Garufa Club y sonríe. Y se ilumina todo. La noche suena a viento inclemente pero a ella le da igual, ella calma los elementos o los agita a voluntad, tal es su talento.

Soleá es preciosa, luminosa, brillante. Menuda pero contundente, tremenda. Sube al escenario con sus vaqueros y su camisa de lunares atada al ombligo y tú solo puedes pensar que es como una aparición, pero muy tangible. Como si tu primita se transformase ante tus ojos en todo un portento musical. ZAS. Así, sin avisar. Menudo shock, chaval.

Soleá habla con una naturalidad pasmosa, como si en la sala todos fuésemos sus amigos de la infancia. No… en realidad, habla como si se supiese directora general de la empresa en la que se ha embarcado, en la que nos ha embarcado. “Os veo muy tranquilos. No pasa nada si no bailáis, que a veces en los conciertos cuando se insiste mucho queda mal. Ya bailareis al final, ya veréis”.

Soleá es talentosa. Le viene de familia. Y los primeros temas sobre las tablas del Garufa Club atestiguan la herencia de un apellido que, sin duda pesa. Aunque ella lo haga ligero. Y ese talento hace posible mezclar el sonido clásico del flamenco con la influencia de los 70, el pop de los 2000 y el ritmo latino que nos invade a todos al verla mover sus brazos con ese estilo libre y ligero. Entre “Alondra” a “Baila conmigo” hay tanto espacio que caben en medio 40 años de evolución del flamenco. Con todo su arte.

Soleá es joven. Insultantemente joven. Pero no es ese tipo de juventud inconsistente y rebelde. Ella es fresca y nueva como la primavera. Como el pop cuando es inconsciente y real, cuando es físico, palpable. No tiene vergüenzas ni ataduras, se sabe dueña de su arte, y eso la hace enorme. Y la hace ecléctica. Pero de verdad, no de postureo estudiado. Ella mezcla lo que le sale, porque le sale, como le sale. Y le sale muy bien.

Soleá es un timbre. Ese timbre. Esa voz tan clara y tan sencillamente elegante y perfecta. Sin fisuras, cristalina. Canta sin requiebros y sin florituras. Canta bonito. Tan bonito… tan pop… y de repente se marca un grito gitano que te deja el pelo cano. “¿Pero de dónde ha salido ese chorro de voz?”. De la raza, amigo, que le supura en cada poro. Y del trabajo, claro, que suda en cada gota que se deja sobre las tablas. Porque el talento, la herencia, el duende, de nada sirven si no se trabajan con el tesón de quien esculpe piedra. Pero ella lo lleva todo como puesto de casa. El talento, la herencia y el trabajo. Como si no le pesasen. Como si no pudiese ser de otra manera.

Soleá es fiesta y baile y palmas y saltar en la pista con tus amigas coreando ese himno más feminista y anárquico que cualquier libro de Vivian Gornik o Camille Plagia que es “Baila conmigo”, porque mira, sí, al final todo se reduce a eso, a sentir el ritmo en la caja torácica y necesitar bailar como si lo fueran a prohibir. Que al final, vete tú a saber, nunca se sabe. Mejor curarse en salud y bailarlo todo antes, por si acaso.

Soleá es sentimiento. Pero del de verdad. Del que desprenden en “Cosas buenas” o “Viniste por mi”, esos bises amables, bonitos, felices, con esa guitarra que suena a patio en primavera y esa voz que es como una caricia suavecita, de las que dan los amores inconfesados justo antes de ese beso que nadie puede ver pero no puede esperar ni un segundo más.

Soleá es valiente. Y sus músicos también. Y por eso no tiene miedo de cantar sobre piano un tema intimista y complejo, duro y algo triste. Y, sin embargo, lleno de promesas.

Soleá es tímida, y algo insegura. Pero tan cercana que cuando el público, entregado, pide en los bises temas que no ha preparado se disculpa con verdadero amor. De verdad lamenta no tenerlos en el repertorio. Pero sus músicos la animan y se lanza, porque qué es la vida sin riesgo, amigos, sin saltar a la piscina de vez en cuando.

Soleá es esa artista que no tiene vergüenza de aplaudir a sus músicos. Que pide ovaciones para los suyos. Que se reconoce insegura y, paradójicamente, consigue así convertiste en ancla. Que es capaz de parar un tema en medio del directo porque no le convence el espíritu con que lo ha abordado. Que arranca sonrisas sinceras y que genera buen rollo. Porque disfruta. Porque quiere hacerlo bien, pero no le importa no ser perfecta.

Soleá es “Lo Que Te Falta”. Y en ese “Lo Que Te Falta” caben tantos artistas, tantas influencias, tanto talento y, sobre todo, tanta luz, que da igual la de puertas que la industria pueda cerrarle. Ella conseguirá abrir una ventana por la que entrarán los rayos de sol de una primavera que es joven, que es bonita, que es optimista y que no piensa ni pedir perdón ni agachar la cabeza. Orgullosa y sonriente. Como Soleá.